"Tienen algo en común"

Martes, 6 de marzo


Hacia las cuatro de la mañana, un compañero de la universidad reflexiona sobre sus compañeras de cama. Muy dado a las controversias, afirma que todas tienen algo en común, dejando la puerta abierta a comentarios que completen los dos puntos con los que debería concluir tal afirmación.

Yo no sé qué tienen en común las parejas fugaces y menos las de mi compañero de universidad. Sí sé, sin embargo, lo que comparten las parejas más longevas: la familia.

Porque lo que no sabes cuando eliges un compañero o compañera para pasar una etapa de tu vida, es que también estás eligiendo a su familia. Pero si ya es difícil encontrar a alguien que se adapte a una misma, como para pararse a pensar en los extras... Pero ahí están.

No voy a hablar de las relaciones que se establecen con los parientes (o, más bien, las que establecen los parientes con una) porque cada familia es un mundo. Hay quienes aceptan enseguida una relación y quienes están a la defensiva con la nueva adquisición de su hijo o hija durante toda la vida. Yo, por ejemplo, he tenido mucha suerte en ese sentido.

Quiero detenerme, en cambio, en el poder invisible que ejercen sobre las relaciones de pareja. O, concretando aún más, la capacidad que tiene la familia para convertirse en la tercera pata del banco.

No es que lo hagan de manera premeditada. La familia opina de la misma manera que lo hacen las amistades o cualquier persona de la calle. Lo hacen sin maldad, deseando lo mejor para nosotros, intentando que seamos lo más feliz posible y que tengamos el futuro han ido allanándonos día a día. Pero, claro, su palabra, sus actitudes o su manera de pensar nos influyen más que las del resto. Para eso nos han criado, ¿verdad?

Así, aunque una persona haya elegido convivir con una otra que tiene su misma forma de pensar, gustos compatibles, metas comunes y razonamientos parejos, puede encontrarse con que la familia ajena sea todo lo contrario. Y, aunque a priori no es un impedimento (sólo, claro está, si la nueva pareja ha sido aceptada por esa familia), es innegable que acabará influyendo en contextos futuros.

La reacción a dicha acción puede manifestarse de mil maneras: desde la rebeldía de no aceptar más opiniones que las de tu pareja, hasta el sentimiento de culpa por pensar de manera diferente a la que te supone la nueva familia (que conlleva, evidentemente, las concesiones características que mitigan dicho sentimiento), pasando por el agradecimiento ciego al hecho de que te hayan aceptado (la nueva familia, no tu pareja) a pesar de tener distintas convicciones morales.

Yo no sé si el punto en común que tienen las mujeres de mi compañero será la familia. Supongo que, al menos en la cama, nuestras raíces se mantienen al margen y nos dejan ser nosotros mismos, sin tener que pensar más que en uno mismo y en la persona con la que se comparten las sábanas.

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